El protoevangelio: la promesa del Redentor

“Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu descendencia y su descendencia; Él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el talón” - Génesis 3:15, NBLA

¿Qué es el evangelio? Muchos han intentado responder identificándolo con religión, buenas obras o promesas materiales para la humanidad. Sin embargo, ninguna de estas respuestas describe con exactitud lo que la Biblia enseña que es el evangelio.

Tomaría más tiempo del que tenemos detallar la respuesta completa, así que lo diré de la forma más simple: el evangelio es la buena noticia de que Dios concede salvación a su creación de su ira eterna, por la obra de Jesucristo en la cruz. Es la derrota del pecado y la demostración conjunta de la justicia y el amor de Dios en la cruz.

La Biblia, de Génesis a Apocalipsis, tiene un mensaje armónico: «salvar a pecadores y darles vida eterna». ¿Salvar de qué? De la separación eterna de su presencia. Hoy leemos Génesis 3:15, conocido como el protoevangelio: el primer anuncio de la promesa de Dios de vencer y derrotar al mal; que, en el tiempo señalado, la descendencia de la mujer heriría la cabeza de la serpiente. Pero las buenas nuevas no terminan en la cruz: Jesús resucitó al tercer día, mostrando su victoria y garantizando la vida eterna para todo el que cree en Él.

Esta promesa, casi al comienzo de Génesis, se anuncia después de la caída de Adán y Eva en el huerto. Es como una tesis y el mensaje fundamental de toda la Biblia: la promesa de que de la descendencia de la mujer vendría un Redentor. Desde ese anuncio, las generaciones esperaron hasta el nacimiento de Jesús. Por eso el ángel le dijo a María en Mateo 1:21 que «dará a luz un hijo… y Él salvará a su pueblo de sus pecados».

Alabemos al Señor por tan gran regalo y gracia: nos ha dado la promesa de que podemos ser perdonados de nuestros pecados, que tenemos un Salvador, un Redentor: Jesucristo. En el corazón del evangelio hay salvación, perdón y reconciliación para pecadores. Jesús no solo venció al mal en la cruz; resucitó, asegurando la victoria sobre la muerte y dándonos la esperanza de vida eterna, reconciliándonos con Dios.

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