Es necesario nacer de nuevo

“Había un hombre de los fariseos llamado Nicodemo, un gobernante de los judíos…” (Juan 3:1–3, NBLA)

En el evangelio de Juan, capítulo 3, leemos acerca de Nicodemo, un fariseo que vino a hablar con Jesús de noche. Los fariseos eran religiosos que a menudo añadían tradiciones a la Ley de Moisés; en los evangelios los vemos cuestionando las acciones de Jesús —por ejemplo, por qué comía con pecadores—. Esta breve historia se centra en Nicodemo y su encuentro con Jesús.

Nicodemo, un líder entre los fariseos, vino a Jesús de noche —quizá para no ser visto por los suyos— y lo reconoció como alguien enviado por Dios. Tal vez esperaba afirmación por su devoción religiosa, pero Jesús le dijo algo completamente inesperado: a menos que uno nazca de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Esto significaba que Nicodemo necesitaba una transformación interior —un corazón limpio por Dios—, porque las obras externas y la propia justicia no pueden salvar.

Más adelante, Jesús le explica que «a menos que uno nazca de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios». Algunos ven aquí el bautismo, pero Jesús se refería a la limpieza interior que Dios concede —lavarnos desde adentro— como había anunciado Ezequiel 36. Como a Nicodemo, nuestras obras externas no traen salvación si el corazón no es limpiado y sellado por el Espíritu Santo.

Y esta es la buena noticia del evangelio: si venimos a Jesús en arrepentimiento y nos apartamos del pecado, Él nos perdonará y nos dará un corazón nuevo, transformándonos desde adentro, un corazón que se deleita en adorarle —porque el fin principal del hombre es glorificar a Dios y gozar de Él para siempre—.

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