¿Cuáles son tus motivos?
En Juan capítulo 6, Jesús revela Su deidad al alimentar a una multitud de cinco mil personas con cinco panes y dos peces. Antes de esto, Jesús había convertido el agua en vino y sanado al hijo de un oficial romano. Las multitudes debieron haberse asombrado. Seguramente, muchos testigos fueron persuadidos a seguirlo como el Mesías a causa de las señales; pero eso no es lo que leemos en los versículos 22 al 27. En cambio, vemos que sus motivos eran de interés propio. Aún hoy, muchos siguen a Jesús con el mismo malentendido: buscando sus propios deseos en lugar de seguirlo a Él.
El relato de Juan nos muestra cómo se desarrolla la búsqueda de Jesús por parte de la multitud. En el versículo 24, la gente toma barcas al descubrir que Jesús va de camino a Capernaúm. Es la misma multitud que, unos versículos antes, quiso hacerlo rey (Juan 6:15). A simple vista, parece que los seguidores se esfuerzan por estar con el Mesías. Sin embargo, cuando lo encuentran, sus verdaderas intenciones quedan al descubierto. Jesús, en Su sabio consejo, usa el alimento como metáfora para revelar su condición espiritual. Les dice que no lo siguen porque lo reconocen como el Mesías, sino porque sus estómagos fueron saciados con comida, dejando al descubierto su necesidad de alimento espiritual.
Jesús continúa explicando que su esfuerzo por tomar las barcas para alcanzarlo no debía ser para buscar el alimento que perece, sino el alimento (Él mismo) que da vida eterna. Sin embargo, la multitud no comprendió Su enseñanza y pidió una señal. Sorprendentemente, unos días antes habían sido testigos de la alimentación de cinco mil hombres con cinco panes y dos peces, posiblemente más si incluimos a las mujeres y los niños. Lo asombroso de su petición de una señal es que pedían un milagro comparable al del maná que Moisés dio en el Antiguo Testamento, mostrando una falta de entendimiento espiritual y de reconocimiento de quién estaba delante de ellos.
Ese mismo malentendido acerca de Jesús se ve hoy en día. Hace años recuerdo haber visitado una iglesia que ofrecía almuerzo gratuito todos los domingos después del servicio de la mañana. Muchas personas asistían, especialmente hombres que se quedaban durante el servicio por aproximadamente una hora y eran los primeros en la fila para comer (incluyendome). Cada domingo la iglesia se llenaba, dando la impresión de ser una congregación en rápido crecimiento. Pero esto plantea una pregunta: ¿eran los motivos de esos hombres el buscar el alimento espiritual de la Palabra de Dios que conduce a la vida eterna, o solo venían a la iglesia para saciar sus estómagos? Sabemos que la comida es una fuerza impulsora en nuestra sociedad y que Dios usa todos los medios para Su gloria. El problema no es la comida, sino el corazón. Al igual que las multitudes de Juan capítulo 6, muchos buscaban a Jesús no por quién era, sino por lo que proveía: alimento físico. Cuando se dejó de servir el almuerzo, muchos dejaron de asistir y, poco después, la iglesia ya no pudo sostener ese enfoque.
Esto nos lleva a reflexionar sobre nuestros propios motivos: al igual que las multitudes, ¿seguimos a Cristo porque realmente deseamos ser llenos del alimento espiritual que es Él? ¿O lo buscamos solo para satisfacer nuestros intereses personales y necesidades temporales?
En los versículos que siguen, Jesús se presenta a Sí mismo como el Pan de Vida, el único que sacia el hambre espiritual de nuestras almas. Él explica que nadie puede venir a Él si el Padre no lo trae, y que Su carne es el pan y Su sangre la bebida que dan vida eterna: una anticipación de Su sacrificio expiatorio en la cruz.
Al leer el resto de Juan 6, la enseñanza de Jesús comienza a dividir a la multitud y nos lleva a examinar nuestros motivos. Debemos preguntarnos: ¿somos nosotros los que murmuraron cuando Jesús dijo que Él es el Pan de Vida (Juan 6:61)? ¿Y lo abandonaron cuando no pudo satisfacer sus intereses egoístas (Juan 6:66)? ¿Somos parte de la multitud que aún está ciega y sin entendimiento de lo que significa comer Su carne y beber Su sangre (Juan 6:52)? Cuando la multitud comenzó a irse, Jesús preguntó a Sus doce discípulos: “¿También ustedes quieren irse?” (Juan 6:67). ¿O somos como Pedro, quien respondió de inmediato: “Señor, solo Tú tienes palabras de vida eterna”? (Juan 6:68).
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